jueves, 9 de abril de 2015

Viernes, 14 de agosto de 1942

Querida Kitty:
Durante todo un mes te he abandonado, pero es que tampoco hay tantas novedades como
para contarte algo divertido todos los días. Los Van Daan llegaron el 13 de julio.
Pensamos que vendrían el 14, pero como entre el 13 y el 16 de julio los alemanes
empezaron a poner nerviosa cada vez a más gente, enviando citaciones a diestro y
siniestro, pensaron que era más seguro adelantar un día la partida, antes de que fuera
demasiado tarde.
A las nueve y media de la mañana -aún estábamos desayunando- llegó Peter van Daan,
un muchacho desgarbado, bastante soso y tímido que no ha cumplido aún los dieciséis
años, y de cuya compañía no cabe esperar gran cosa. El señor y la señora Van Daan
llegaron media hora más tarde. Para gran regocijo nuestro, la señora traía una sombrerera
con un enorme orinal -dentro.
-Sin orinal no me siento en mi casa en ninguna parte -sentenció, y el orinal fue lo primero
a lo que le asignó un lugar fijo: debajo del diván. El señor Van Daan no traía orinal, pero
sí una mesa de té plegable bajo el brazo.
El primer día de nuestra convivencia comimos todos juntos, y al cabo de tres días los
siete nos habíamos hecho a la idea de que nos habíamos convertido en una gran familia.
Como es natural, los Van Daan tenían mucho que contar de lo que había sucedido durante
la última semana que habían pasado en el mundo exterior. Entre otras cosas nos
interesaba mucho saber lo que había sido de nuestra casa y del señor Goldschmidt.
El señor Van Daan nos contó lo siguiente:
-El lunes por la mañana, a las 9, Goldschmidt nos telefoneó y me dijo si podía pasar por ahí un momento. Fui en seguida y lo encontré muy alterado. Me dio a leer una nota que le
habían dejado los Frank y, siguiendo las indicaciones de la misma, quería llevar al gato a
casa de los vecinos, lo que me pareció estupendo. Temía que vinieran a registrar la casa,
por lo que recorrimos todas las habitaciones, ordenando un poco aquí y allá, y también
recogimos la mesa. De repente, en el escritorio de la señora Frank encontré un bloc que
tenía escrita una dirección en Maastricht. Aunque sabía que ella lo había hecho adrede,
me hice el sorprendido y asustado y rogué encarecidamente a Goldschmidt que quemara
ese papel, que podía ser causante de alguna desgracia. Seguí haciendo todo el tiempo
como si no supiera nada de que ustedes habían desaparecido, pero al ver el papelito se me
ocurrió una buena idea. «Señor Goldschmidt -le dije-, ahora que lo pienso, me parece
saber con qué puede tener que ver esa dirección. Recuerdo muy bien que hace más o
menos medio año vino a la oficina un oficial de alta graduación, que resultó ser un gran
amigo
de infancia del señor Frank. Prometió ayudarle en caso de necesidad, y precisamente
residía en Maastricht. Se me hace que este oficial ha mantenido su palabra y que ha
ayudado al señor Frank a pasar a Bélgica y de allí a Suiza. Puede decirle esto a los
amigos de los Frank que pregunten por ellos. Claro que no hace falta que mencione lo de
Maastricht.» Dicho esto, me retiré. La mayoría de los amigos y conocidos ya lo saben,
porque en varias oportunidades ya me ha tocado oír esta versión.
La historia nos causó mucha gracia, pero todavía nos hizo reír más la fantasía de la gente
cuando Van Daan se puso a contar lo que algunos decían. Una familia de la
Merwedeplein aseguraba que nos había visto pasar a los cuatro temprano por la mañana
en bicicleta, y otra señora estaba segurísima de que en medio de la noche nos habían
cargado en un furgón militar.

Tu Ana.

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