domingo, 20 de mayo de 2012

Capitulo 16

Rue ha decidido confiar en mí sin reservas. Lo sé porque, en cuanto se termina el himno, se acurruca a mi lado y se queda dormida. Yo tampoco recelo, ya que no tomo ninguna precaución especial. Si quisiera verme muerta, le habría bastado con desaparecer de aquel árbol sin avisarme de la presencia del nido de rastrevíspulas. Sin embargo, muy en el fondo de mi conciencia, noto la presión de lo obvio: no podemos ganar estos juegos las dos. En cualquier caso, como lo más probable es que no sobrevivamos ninguna, consigo no hacer caso de ese pensamiento. Además, me distrae mi última idea sobre los profesionales y sus provisiones. Rue y yo debemos encontrar la forma de destruir su comida. Estoy bastante segura de que a ellos les costaría una barbaridad alimentarse solos. La estrategia tradicional de los tributos profesionales consiste en reunir toda la comida posible y avanzar a partir de ahí. Cuando no la protegen bien, pierden los juegos (un año la destruyó una manada de reptiles asquerosos y otro una inundación creada por los Vigilantes). El hecho de que los profesionales hayan crecido con una alimentación mejor juega en su contra, ya que no están acostumbrados a pasar hambre; todo lo contrario que Rue y yo.
Sin embargo, estoy demasiado cansada para empezar a tramar un plan detallado esta noche. Mis heridas están sanando, sigo un poco embotada por culpa del veneno, y el calor de Rue a mi lado, su cabeza apoyada en mi hombro, hacen que me sienta segura. Por primera vez, me doy cuenta de lo sola que me he sentido desde que llegué al campo de batalla, de lo reconfortante que puede ser la presencia de otro ser humano. Me dejo vencer por el sueño y decido que mañana se volverán las tornas. Mañana serán los profesionales los que tengan que guardarse las espaldas.
Me despierta un cañonazo; unos rayos de luz atraviesan el cielo y los pájaros ya están trinando. Rue está encaramada a una rama frente a mí, con algo en la mano. Esperamos por si se producen más disparos, pero no oímos ninguno.
--¿Quién crees que ha sido?
No puedo evitar pensar en Peeta.
--No lo sé, podría haber sido cualquiera de los otros --responde Rue--. Supongo que nos enteraremos esta noche.
--¿Me puedes repetir quién queda?
--El chico del Distrito 1, los dos del Distrito 2, el chico del Distrito 3, Thresh y yo, y Peeta y tú. Eso hacen ocho. Espera, y el chico del Distrito 10, el de la pierna mala. Él es el noveno. --Hay alguien más, pero ninguna de las dos conseguimos recordarlo--. Me pregunto cómo habrá muerto el último.
--No hay forma de saberlo, pero nos viene bien. Una muerte servirá para entretener un poco a las masas. Quizá nos dé tiempo a preparar algo antes de que los Vigilantes decidan que la cosa va demasiado lenta. ¿Qué tienes en las manos?
--El desayuno --responde Rue; las abre y me enseña dos grandes huevos.
--¿De qué son?
--No estoy segura; hay una zona pantanosa por allí, una especie de ave acuática.
Estaría bien cocinarlos, pero no queremos arriesgarnos a encender un fuego. Supongo que el tributo muerto habrá sido una víctima de los profesionales, lo que significa que se han recuperado lo bastante para volver a los juegos. Nos dedicamos a sorber el contenido de los huevos, y a comernos un muslo de conejo y algunas bayas. Es un buen desayuno se mire por donde se mire.
--¿Lista para hacerlo? --pregunto, colgándome la mochila.
--¿Hacer el qué? --pregunta Rue a su vez; por la forma en que se ha apresurado a responder, está dispuesta a hacer cualquier cosa que le proponga.
--Hoy vamos a quitarle la comida a los profesionales.
--¿Sí? ¿Cómo?
Veo que los ojos le brillan de emoción. En ese sentido, es justo lo contrario que Prim: para mi hermana, las aventuras son un calvario.
--Ni idea. Venga, se nos ocurrirá algo mientras cazamos.
No cazamos mucho porque estoy demasiado ocupada sacándole a Rue toda la información posible sobre la base de los profesionales. Sólo se ha acercado a espiar un poco, pero es muy observadora. Han montado el campamento junto al lago, y su alijo de suministros está a unos veinticinco metros. Durante el día dejan montando guardia a otro tributo, el chico del Distrito 3.
--¿El chico del Distrito 3? --pregunto--. ¿Está trabajando con ellos?
--Sí, se queda todo el tiempo en el campamento. A él también le picaron las rastrevíspulas cuando los siguieron hasta el lago --responde Rue--. Supongo que acordaron dejarlo vivir a cambio de que les hiciese de guardia, pero no es un chico muy grande.
--¿Qué armas tiene?
--No muchas, por lo que vi. Una lanza. Puede que consiga espantarnos a unos cuantos con ella, pero Thresh podría matarlo con facilidad.
--¿Y la comida está ahí, sin más? --pregunto, y ella asiente--. Hay algo que no encaja en ese esquema.
--Lo sé, pero no pude averiguar el qué. Katniss, aunque lograses llegar hasta la comida, ¿cómo te librarías de ella?
--La quemaría, la tiraría al lago, la empaparía de combustible... --Le doy con el dedo en la tripa, como hacía con Prim--. ¡Me la comería! --Ella suelta una risita--. No te preocupes, pensaré en algo. Destruir cosas es mucho más fácil que construirlas.
Nos pasamos un rato desenterrando raíces, recogiendo bayas y vegetales, y elaborando una estrategia entre susurros. Así acabo conociendo a Rue, la mayor de seis críos, tan protectora de sus hermanos que les da sus raciones a los más pequeños, tan valiente que rebusca en las praderas de un distrito cuyos agentes de la paz son mucho menos complacientes que los nuestros. Rue, la niña que, cuando le preguntas por lo que más ama en el mundo, contesta que la música, nada más y nada menos.
--¿La música? --repito. En nuestro mundo, la música está al mismo nivel que los lazos para el pelo y los arco iris, en cuando a utilidad se refiere. Al menos los arco iris te dan una pista sobre el clima--. ¿Tienes mucho tiempo para eso?
--Cantamos en casa y también en el trabajo. Por eso me encanta tu insignia --añade, señalando el sinsajo; yo me había vuelto a olvidar de su existencia.
--¿Tenéis sinsajos?
--Oh, sí, algunos son muy amigos míos. Nos dedicamos a cantar juntos durante horas y llevan los mensajes que les doy.
--¿Qué quieres decir?
--Suelo ser la que está más alto, así que soy la primera que ve la bandera que señala el fin de la jornada. Canto una cancioncilla especial --dice; entonces abre la boca y canta una melodía de cuatro notas con una voz clara y dulce--, y los sinsajos la repiten por todo el huerto. Así la gente sabe cuándo parar. Sin embargo, pueden ser peligrosos si te acercas demasiado a sus nidos, aunque es lógico.
--Toma, quédatelo tú --le digo, quitándome la insignia--. Significa más para ti que para mí.
--Oh, no --contesta ella, cerrándome los dedos sobre la insignia que tengo en la mano--. Me gusta vértelo puesto, por eso decidí que eras de confianza. Además, tengo esto. --Se saca de debajo de la camisa un collar tejido con una especie de hierba. De él cuelga una estrella de madera tallada toscamente; o quizá sea una flor--. Es un amuleto de la buena suerte.
--Bueno, por ahora funciona --respondo, volviendo a prenderme el sinsajo a la camisa--. Quizá te vaya mejor sólo con él.
A la hora de la comida ya tenemos un plan; lo llevaremos a cabo a media tarde. Ayudo a Rue a recoger y colocar la madera para la primera de dos fogatas, aunque la tercera tendrá que prepararla ella sola. Decidimos reunimos después en el sitio donde hicimos nuestra primera comida juntas, ya que el arroyo debería facilitarme la tarea de encontrarlo. Antes de partir me aseguro de que la niña esté bien provista de comida y cerillas, incluso insisto en que se lleve mi saco de dormir, por si no logramos encontrarnos antes de que caiga la noche.
--¿Y tú qué? ¿No pasarás frío? --me pregunta.
--No si cojo otro saco en el lago --respondo--. Ya sabes, aquí robar no es ilegal --añado, sonriendo.
En el último minuto, Rue decide enseñarme su señal de sinsajo, la que canta para anunciar que ha terminado la jornada.
--Quizá no funcione, pero, si oyes a los sinsajos cantarla, sabrás que estoy bien, aunque no pueda regresar en ese momento.
--¿Hay muchos sinsajos por aquí?
--¿No los has visto? Tienen nidos por todas partes --responde. Reconozco que no me he dado cuenta.
--Pues vale. Si todo va según lo previsto, te veré para la cena --le digo.
De repente, Rue me rodea el cuello con los brazos; vacilo un instante, pero acabo devolviéndole el abrazo.
--Ten cuidado --me pide.
--Y tú --respondo; después me vuelvo y me dirijo al arroyo, algo preocupada. Preocupada por que Rue acabe muerta, por que Rue no acabe muerta y nos quedemos las dos hasta el final, por dejar a Rue sola, por haber dejado a Prim sola en casa. No, Prim tiene a mi madre, a Gale y a un panadero que me ha prometido que no la dejará pasar hambre. Rue sólo me tiene a mí.
Una vez en el arroyo, no hay más que seguir su curso colina abajo hasta el lugar en que empecé a recorrerlo, después del ataque de las avispas. Tengo que moverme con precaución por el agua, porque no dejo de hacerme preguntas sin respuesta, la mayoría sobre Peeta. Esta mañana ha sonado un cañonazo. ¿Era para anunciar su muerte? Si es así, ¿cómo ha muerto? ¿A manos de un profesional? ¿Y habrá sido para vengarse de que me dejase escapar? Intento recordar de nuevo aquel momento junto al cadáver de Glimmer, cuando apareció entre los árboles. Sin embargo, el hecho de que estuviese brillando me hace dudar de todo lo que sucedió.
Tardo pocas horas en llegar a la zona poco profunda donde me bañé, lo que significa que ayer tuve que moverme muy despacio. Hago un alto para llenar la botella de agua y añado otra capa de barro a la mochila, que parece decidida a seguir siendo naranja, independientemente de la cantidad de camuflaje que le ponga.
Mi proximidad al campamento de los profesionales hace que se me agucen los sentidos y, cuanto más me acerco a ellos, más alerta estoy; me detengo con frecuencia para prestar atención a ruidos extraños, con una flecha preparada en la cuerda del arco. No veo a otros tributos, pero sí que descubro algunas de las cosas que ha mencionado Rue: arbustos de bayas dulces; otro con las hojas que me curaron las picaduras; grupos de nidos de rastrevíspulas cerca del árbol en el que me quedé atrapada; y, de cuando en cuando, el parpadeo blanco y negro del ala de un sinsajo en las ramas que tengo encima.
Llego al árbol que tiene el nido abandonado en el suelo y me detengo un momento para reunir valor. Rue me ha dado instrucciones específicas para llegar desde este punto al mejor escondite desde el que espiar el lago. «Recuerda --me digo--, tú eres la cazadora, no ellos.»
Cojo el arco con decisión y sigo adelante. Llego hasta el bosquecillo del que me ha hablado Rue y, de nuevo, admiro su astucia: está justo al borde del bosque, pero el frondoso follaje es tan espeso por abajo que puedo observar fácilmente el campamento de los profesionales sin que ellos me vean. Entre nosotros está el amplio claro en el que comenzaron los juegos.
Hay cuatro tributos: el chico del Distrito 1, Cato y la chica del Distrito 2, y un chico escuálido y pálido que debe de ser del Distrito 3. No me causó ninguna impresión durante el tiempo que pasamos en el Capitolio; no recuerdo casi nada de él, ni su traje, ni su puntuación en el entrenamiento, ni su entrevista. Incluso ahora que lo tengo sentado delante, jugueteando con una especie de caja de plástico, resulta fácil no hacerle caso al lado de sus compañeros, más grandes y dominantes. Sin embargo, algún valor tendrá para ellos, porque, si no, no se habrían molestado en dejarlo vivir. En cualquier caso, verlo sólo sirve para hacerme sentir más incómoda sobre los motivos de los profesionales para ponerlo de guardia, para no matarlo.
Los cuatro tributos parecen seguir recuperándose del ataque de las avispas. Aunque estoy un poco lejos, distingo los bultos hinchados de las picaduras. Seguramente no habrán tenido la sensatez necesaria para quitarse los aguijones o, si lo han hecho, no saben nada de las hojas curativas. Al parecer, las medicinas que encontraron en la Cornucopia no les han servido de nada.
La Cornucopia sigue donde estaba, aunque sin nada en el interior. La mayoría de las provisiones, metidas en cajas, sacos de arpillera y contenedores de plástico, están apiladas en una ordenada pirámide a una distancia bastante cuestionable del campamento. Otras cosas se han quedado diseminadas por el perímetro de la pirámide, como si imitaran la disposición de suministros alrededor de la Cornucopia al principio de los juegos. Una red cubre la pirámide en sí, aunque no le veo otra utilidad que alejar a los pájaros.
La configuración en su conjunto me resulta desconcertante. La distancia, la red y la presencia del chico del Distrito 3. Lo que está claro es que destruir estos suministros no va a ser tan sencillo como parece; tiene que haber otro factor en juego, y será mejor que me quede quieta hasta descubrir cuál es. Mi teoría es que la pirámide tiene algún tipo de trampa; se me ocurren pozos escondidos, redes que caen sobre los incautos o un cable que, al romperse, lanza un dardo venenoso directo al corazón. Las posibilidades son infinitas, claro.
Mientras le doy vueltas a mis opciones, oigo a Cato gritar algo. Está señalando al bosque, lejos de mí, y, sin necesidad de mirar, sé que Rue habrá encendido ya la primera hoguera. Nos aseguramos de recoger la suficiente madera verde para que el humo se viese bien. Los profesionales empiezan a armarse de inmediato.
Se inicia una pelea; gritan tan fuerte que oigo que discuten si el chico del Distrito 3 debe quedarse o acompañarlos.
--Se viene. Lo necesitamos en el bosque y aquí ya ha terminado su trabajo. Nadie puede tocar los suministros --dice Cato.
--¿Y el chico amoroso? --pregunta el chico del Distrito 1.
--Ya te he dicho que te olvides de él. Sé dónde le di el corte. Es un milagro que todavía no se haya desangrado. De todos modos, ya no está en condiciones de robarnos.
Así que Peeta está en el bosque, malherido. Sin embargo, sigo sin saber qué lo llevó a traicionar a los profesionales.
--Venga. --Insiste Cato, y le pasa una lanza al chico del Distrito 3; después se alejan en dirección a la fogata. Lo último que oigo cuando entran en el bosque es:-- Cuando la encontremos, la mato a mi manera, y que nadie se meta.
Por algún motivo, dudo que se refiera a Rue; no fue ella la que les tiró el nido encima.
Me quedo donde estoy una media hora, intentando decidir qué hacer con las provisiones. Mi ventaja con el arco y las flechas es la distancia, podría disparar sin problemas una flecha ardiendo a la pirámide (con mi puntería puedo meterla por uno de los agujeros de la red), pero eso no me garantiza que prenda. Lo más probable es que se apague sola y, entonces, ¿qué? No lograría nada y les habría dado demasiado información sobre mí; que estoy aquí, que tengo un cómplice y que sé usar el arco con precisión.
No tengo alternativa: habrá que acercarse más y ver si descubro qué está protegiendo los suministros. De hecho, estoy a punto de salir al descubierto cuando un movimiento me llama la atención. A varios metros a mi derecha, veo a alguien salir del bosque. Durante un momento creo que es Rue, hasta que reconozco a la chica con cara de comadreja (es la que no lograba recordar esta mañana), que se acerca a rastras al alijo. Cuando por fin decide que no hay peligro, corre hacia la pirámide dando pasitos rápidos. Justo antes de llegar al círculo de suministros que hay esparcidos alrededor, se detiene, mira por el suelo y coloca los pies con cuidado en un punto. Después se acerca a la pirámide dando unos extraños saltitos, a veces a la pata coja, otras balanceándose un poco y otras arriesgándose a dar unos cuantos pasos. En cierto momento se lanza por el aire por encima de un barrilito y aterriza de puntillas. Sin embargo, se ha dado demasiado impulso y cae hacia adelante, dando un chillido al tocar el suelo con las manos. Como ve que no pasa nada, se pone rápidamente de pie y sigue adelante hasta llegar a las cosas.
Por lo visto, tengo razón con respecto a las trampas, aunque parece algo más complicado de lo que me imaginaba. También tenía razón acerca de la chica: debe de ser muy astuta para haber descubierto el camino seguro hasta la comida y ser capaz de reproducirlo con tanta precisión. Se llena la mochila sacando algunos artículos de varios contenedores: galletas saladas de una caja, un puñado de manzanas de un saco de arpillera colgado en el lateral de un cubo. Procura no coger demasiado, para que nadie note que falta comida, para que nadie sospeche. Después repite su extraño baile hasta abandonar el círculo y sale corriendo de nuevo por el bosque, sana y salva.
Me doy cuenta de que tengo los dientes apretados por la frustración; la Comadreja me ha confirmado lo que ya suponía, pero ¿qué clase de trampa requerirá tanta destreza y tendrá tantos puntos de disparo? ¿Por qué chilló la chica cuando tocó el suelo con las manos? Cualquiera habría pensado..., entonces empiezo a entenderlo..., cualquiera habría pensado que iba a estallar.
--Está minado --susurro.
Eso lo explica todo: lo poco que les importaba a los profesionales dejar los suministros sin vigilancia, la reacción de la Comadreja, la participación del chico del Distrito 3, el distrito de las fábricas, donde producían televisores, automóviles y explosivos. ¿Y de dónde los habrá sacado? ¿De las provisiones? No es el tipo de arma que suelen proporcionar los Vigilantes, ya que prefieren ver a los tributos destrozarse cara a cara. Salgo de los arbustos y me acerco a las placas metálicas redondas que suben a los tributos al estadio. Se nota que han escarbado el suelo a su alrededor para después volver a aplanarlo. Las minas se desactivan después de los sesenta segundos que tenemos que pasar encima de las plataformas, pero el chico del Distrito 3 debe de haber conseguido reactivarlas. Nunca había visto algo así en los juegos, seguro que hasta los Vigilantes están sorprendidos.
Bueno, pues un hurra por el chico del Distrito 3, que ha sido capaz de superarlos, pero ¿qué hago yo? Está claro que no puedo meterme en ese laberinto sin acabar volando por los aires. En cuanto a lanzar una flecha ardiendo, sería una tontería. Las minas se activan con la presión, y no tiene que ser una presión muy grande. Un año a una chica se le cayó su símbolo, una pelotita de madera, cuando todavía estaba en la plataforma, y tuvieron que raspar sus restos del suelo, literalmente.
Tengo los brazos fuertes, podría lanzar algunas piedras y luego... ¿qué? ¿Activar una mina, quizá? Eso iniciaría una reacción en cadena. ¿O no? ¿Habrá puesto el chico del Distrito 3 las minas de forma que el estallido de una sola no afecte a las otras? Así se aseguraría de la muerte del invasor sin poner el peligro los suministros. Aunque sólo hiciese estallar una mina, seguro que los profesionales volverían corriendo a por mí. De todos modos, ¿en qué estoy pensando? Está la red, precisamente colocada para evitar un ataque por el estilo. Además, lo que de verdad necesito es lanzar unas treinta rocas a la vez, disparar una reacción en cadena y destruirlo todo.
Vuelvo la vista atrás, hacia el bosque: el humo de la segunda fogata de Rue sube por el cielo. Los profesionales deben de haber empezado a sospechar que se trata de una trampa. Se me agota el tiempo.
Sé que todo esto tiene solución, y que sólo tengo que concentrarme a fondo. Me quedo mirando la pirámide, los cubos y las cajas, todo ello demasiado pesado como para derribarlo de un flechazo. Quizá alguno contenga aceite para cocinar; a punto de revivir la idea de la flecha ardiendo, me doy cuenta de que podría acabar perdiendo las doce flechas sin darle a un contenedor de aceite, ya que estaría tirando a ciegas. Estoy pensando en intentar recrear el camino de la Comadreja hacia la pirámide, con la esperanza de encontrar nuevas formas de destrucción, cuando me fijo en el saco de manzanas. Podría cortar la cuerda de un flechazo, como en el Centro de Entrenamiento. Es una bolsa grande, aunque puede que sólo disparase una explosión. Si pudiera soltar todas las manzanas...
Ya sé qué hacer. Me pongo a tiro y me doy un límite de tres flechas para conseguirlo. Coloco los pies con cuidado, me aislo del resto del mundo y afino la puntería. La primera flecha rasga el lateral del saco, cerca de la parte de arriba, y deja una raja en la arpillera. La segunda la convierte en un agujero. Veo que una de las manzanas empieza a tambalearse justo cuando disparo la tercera flecha, acierto en el trozo rasgado de arpillera y lo arranco de la bolsa.
Todo parece paralizarse durante un segundo. Después, las manzanas se esparcen por el suelo y yo salgo volando por los aires.

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